18 feb 2008

No hay gay que por bien no venga

Hoy me toca hablar de mis amigos gays, no puede ser que hasta ahora no les haya dedicado al menos unas líneas de mi blog. Qué chica hoy en día no tiene la suerte de tener un amigo gay ... aquel hombre que conjuga lo mejor de los dos mundos: su lado femenino le permite entenderte cuando ya nadie puede hacerlo, ni siquiera tu íntima amiga, y su lado masculino te ofrece otro punto de vista más que interesante.
Los tengo para todos los gustos, preferencias y exigencias, y cada uno a su manera es un ejemplar único que se aleja bastante del consabido estereotipo.
Por cuál empiezo? Por J, a quien conozco desde hace más de 10 años.
J es divertido, romántico, considerado, muy creativo, muy gracioso y muy dramático. Su vida se asemeja a un capítulo de las novelas de Alberto Migré. Ha tenido varias parejas y desde su más tierna adolescencia se declaró gay. Con J voy de compras, a San Telmo a revolver las chucherías de los puestos callejeros y los mercados de pulgas, a Palemo a ver los locales de vanguardia, a Once a buscar telas, y a Pizza Piola a degustar el sgroppino de rigor, entre otros menesteres que nos hacen sentir una suerte de Carrie Bradshaw y Stanford Blatch del subdesarrollo. Es un experto chateador y no hay bar o disco gay que no haya pisado.
M no salió todavía del closet, aunque de a poco veo que está abriendo la puerta. Es refinado, culto, sensible, retraído, muy inteligente y muy exitoso en su profesión. Melománo consumado, amante del arte y bon vivant, viajero incansable, dueño de un agudo sentido del humor y un corazón gigante. Sus amigos sabemos que hay mucho de su vida que no sabemos, pero esperamos confiados.
Y ahora las dos frutillas del postre, C y Ch.
C y Ch estuvieron juntos durante 6 años y el final de su relación consumió más lágrimas, mesas de café, golpes de teclado y minutos de telefonía fija y celular que la más abrupta de las rupturas telenoveleras. No eran la típica pareja gay, la careteaban muy bien y eran pocos los que realmente sabían la verdad. A pesar de conocer a C por más de 10 años, no fue hasta recientemente que me blanqueó la situación, justamente unos meses antes de que todo terminara. Los dos son lindos, facheros, soberbios y fashion. Les gusta la ropa cara, el sushi, el buen vino y los mejores lugares para salir y vacacionar. C es sofisticado, pacato, extremadamente ordenado y metiche. Ch es caótico, introvertido, desprejuiciado y ácido. Cómo hicieron para durar tanto tiempo juntos es a la vez un misterio y una obviedad. Ahora cada cual siguió su camino, con nuevas parejas circunstanciales, nuevos amigos, aunque con algunas cenizas todavía encendidas. La separación convirtió a los amigos comunes (la gran mayoría) en una suerte de bien ganancial de la pareja, un tire y afloje permanente para ver quién prefiere a quién y quiénes hablan más o menos de la cuenta. Cuántas horas de shopping, Palermo y Cañitas tenemos compartidas con C, miles ... al igual que viendo departamentos que jamás se va a comprar, viajes a Rosario, y chateos y llamadas telefónicas interminables analizando mis devaneos y decepciones amorosas.
De todos rescato algo, aunque a veces creo que de todos no hago ni uno. Generalmente los quiero, a veces quiero asesinarlos. Pero mi vida no hubiera sido ni sería la misma de no haberlos conocido.

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