13 feb 2008

Noche de furia


Todos sabemos que la ira es uno de los siete pecados capitales y tal vez sea uno de los que goza de peor prensa junto con la envidia. La ira te ciega, te hace perder el control, no sos en absoluto dueño de tus actos y después es muy común que te arrepientas de las palabras que salieron escupidas de tu boca, de haber roto algún objeto o golpeado alguna puerta hasta haberla hecho giratoria.
Anoche experimenté esa emoción violenta, fue un ataque de furia monumental (nada tiene que ver con mis inclinaciones futboleras) del cual no me enorgullezco pero lamentablemente es algo que de vez en cuando me sucede. Hay varias cosas que me vienen enojando desde hace un tiempo y anoche exploté. Discutí con mi amigo C, no me gustó que me hiciera chistes sobre cosas que él sabe perfectamente me molestan, a veces siento que no le importa en lo más mínimo lo que me pasa, y lo peor de todo es que en el fondo sé que nunca va a cambiar ese aspecto de su personalidad. El enojo y la impotencia desembocaron en la pecaminosa ira de anoche, que hizo que recorriera el trayecto hacia el gimnasio en la mitad del tiempo que suelo hacerlo habitualmente. También hizo que pedaleara esa bicicleta con una fuerza endemoniada, que transpirara hasta quedar hecha sopa en el tortuoso escalador y que la cinta también sufriera la agresión de mis pisadas. Confieso que el ejercicio me ayudó bastante a hacer catarsis aunque no logró disipar del todo el sentimiento de ira en mi corazón. Tampoco me enorgullezco de eso.
Sin embargo, mi cuerpo, algo fuera de estado, lo agradece ...

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